Fallece en Canarias a los 86 años uno de los empresarios más influyentes del Bierzo en el siglo XX. A la hora de escribir su necrológica, sin duda muchos de sus enemigos sucumbirían a la tentación de aplicarle aquello de "hizo el bien e hizo el mal: el mal lo hizo bien, el bien lo hizo mal".

La larga vida de José Martínez Núñez contiene ingredientes para escribir al menos tres libros. La historia del hombre hecho a sí mismo que empezó de albañil con una bicicleta hasta construir un imperio, protagonista de excepción de ese crecimiento desordenado de Ponferrada que simbolizan las torres de Marpa; la novela costumbrista con sus incontables anécdotas y frases (no todas apócrifas) en su peculiar lenguaje de Porto; y desde luego un relato del género negro, cuya extensión y crudeza depende de quien lo cuente y de qué lado haya estado en las refriegas. Porque hubo más de una.

Cuentan que don José o El Padrino, que de ambas formas (y algunas otras) se le conocía, llegó a Ponferrada con una bicicleta por todo capital y a partir de ahí el modesto albañil se dedicó a edificar un pequeño imperio. Martínez es el paradigma más acabado del hombre hecho a sí mismo. Y también deshecho, porque aunque ya no las ejecutara él fueron sus prácticas empresariales, que incluso llegaron a crear escuela (y con discípulos muy aventajados), las que le condujeron al desastre, aunque seguramente no a la ruina.

A don José, después de fundar en 1970 Construcciones Martínez, casi nada ni nadie se le resistía. Fue uno de los contratistas favoritos del franquismo postrero en todo el noroeste peninsular e incluso más allá: cuarteles de la Guardia Civil, escuelas, tele-clubs, ambulatorios... Se dice que tenía un empleado dedicado únicamente a mover papeles, y acaso algo más, en los ministerios. En Ponferrada, su patria de acogida, sembró la polémica con las torres de Marpa. Tras la llegada al poder local del PSOE en 1979 se afanó en adaptarse a la nueva situación pero sin renunciar a sus viejos métodos. Eso le costó que un hombre tan templado como el alcalde Celso López Gavela le echara en una ocasión de su despacho.

Para entonces, el imperio ya estaba en marcha: Teconsa, Catisa, Hormigones La Estrella, los hoteles de Ourense, Lugo y Santiago, el periódico La Crónica de León... En su momento de mayor apogeo, el grupo llegó a facturar más de 600 millones de euros anuales y a contar con más de 2.000 trabajadores en los sectores de construcción, promoción inmobiliaria, hostelería, fabricación de hormigones y medios de comunicación. No eran, en rigor, empleados. Se trataba de un auténtico ejército guiado paternalmente, pero con mano de hierro, por don José.

De su peculiar estilo y del cambio de los tiempos derivaron, como antes se ha apuntado, buena parte de sus problemas. La rivalidad con otros empresarios amamantados a sus pechos y luego venidos a más y, sobre todo, la gran crisis de la construcción a partir del año 2008 hicieron el resto. La condena por los sabotajes a las empresas de Sindo Castro, su presunta implicación en la presunta trama para asesinar al que fuera conselleiro de la Xunta de Galicia José Cuiña, en el caso Gürtel y en la operación Caballo de Troya hicieron aflorar la parte más siniestra de la biografía de El Padrino. Se cuenta, por ejemplo, que la policía encontró en una caja fuerte durante los registros de esta última operación sobres con los nombres de una decena de políticos leoneses. Vacíos, eso sí. Acaso se trate de una leyenda urbana, pero resulta coherente con el modus operandi del personaje.

En cierto modo, todas esas andanzas y peripecias no han hecho sino agrandar su aureola. Hay quien sostiene que, del mismo modo que la caída del muro de Berlín y el fin de la política de bloques ha roto un cierto equilibrio mundial (si bien injusto, al menos mutuamente disuasorio), el ostracismo de Martínez Núñez ha desembocado en una especie de nuevo orden empresarial cuasi monopolizado por uno de sus rivales. Lo cierto es que don José, el antaño todopoderoso Padrino capaz de combinar la amenaza con la beneficencia, llevaba unos cuantos años en los que apenas era capaz de reconocerse a sí mismo. Con él se va toda una época.