Por Xan das Verdades

Ayer, el nuevo secretario regional del PSOE de Castilla y León me dejó patidifuso con su entrevista en el Diario de León. Circulaban rumores de su mermada capacidad de empatía, pero todavía era una incógnita su supuesta capacidad de conexión con el ordinary people. La cosa está vista para sentencia: es infinitamente más flojo y mediocre de lo que sospechaba. Me permito opinar con este desparpajo porque él mismo quiso dirigirse a  ponferradinos y bercianos en general tratando de justificar lo que es totalmente injustificable ante los agraviados; me refiero a la suspensión de la agrupación de Ponferrada, a la que él remató simplemente porque algunos de sus miembros se opusieron a una chupadera de sainete. Menos mal que la providencia se cuidó de poner ese celo represor, sin razonamientos, en Ferraz y no en Guantánamo.

No sé si la pretendida solemnidad, huera y encorsetada, con que responde a las preguntas, obedece al  intimo convencimiento de que el cargo le viene grande; pero basta fijarse en la pedrea de banalidades que nos regala para concluir que ensaya a fondo el catálogo de ramplonerías que larga con intención de asombrar al personal. Sentirse orgulloso, como él lo manifiesta, de un acto injusto es, además de una torpeza infantil, la constatación de que algo le falla en el ordenador de a bordo. Pepiño, tal vez, guarde las claves incomprensibles para remitr al liderato mesetario a este personaje incapacitado para la autocrítica; de todas formas, es más tranquilizador padecerlo unos años por aquí, hasta que le den un revolcón electoral, antes de que su protector se lo hubiera llevado a Fomento y lo hubiera encargado de la navegación aérea.

Hasta se congratula de los aspectos positivos del  fracasado intento de la fusión multilateral de las cajas, pero no acierta a dar ninguna respuesta sólida cuando se le piden concreciones de futuro, quiere quedar bien con todos a la vez y no mojarse. Ya se veía venir esa tendencia suya al lirismo sin sustancia, cuando debutó con aquello de las buenas gentes de las nobles tierras de Castilla y León, o algo por el estilo; pero de ahí a dejar que un tan endeble personaje meta baza en la reordenación financiera dice poco del celo de su partido en ese asunto vital. Pero la traca de su desconexión biológica con la objetividad es cuando, nuevamente, se congratula de que la Comunidad Autónoma ya tenga,  por fín, su televisión regional. ¡Y un huevo, López! aquí lo que hay es un apaño infumable, que pone un servicio público sensible en manos de un ex-presidiario y de un imputado por presunta corrupción. Ni más ni menos.

Cualquier persona con un mínimo de sentido democrático estaría frontalmente opuesto a ese secuestro flagrante del derecho constitucional a la libre información. Tal vez, López desconoce lo que sale de Ulibarri en los periodicos, menos en los suyos, y también cómo comprometió, insensatamente, a sabiendas de sus probabilisimos escandalos, al Presidente del Gobierno con una charada televisiva propia de los Simpson. Probablemente, López ignore que hasta un inmigrante de Mali, de los que suelen venir en patera, está ante las oficinas de Begar pidiendo lo que le corresponde por su trabajo. Como para felicitarse por haberle dado la tele pública a un gestor tan solvente económicamente, por no olvidarse de que ese mismo concesionario preside el consejo de administración de una empresa implicada en tráfico ilegal de inmigrantes a cambio de precio, una vitola de solvencia moral incontestable; peor imposible.

Lo que sí debería saber López es que la independencia informativa jamás podrá estar garantizada en manos de un multicontratista de las administraciones públicas porque la colisión de intereses la doblegará sin remedio. Y si lo sabe, ¿por qué coño se pavonea de colaborar en un dislate de esa magnitud, en vez de rechazarlo y combatirlo? ¿Acaso, confunde ingenuamente lo que son los acuerdos institucionales básicos con un safari grotesco en perjuicio de los ciudadanos? Todo parece indicar que sí, que Herrera se lo ha llevado al huerto. Sin desmerecer la colaboración claudicante de alguno de sus correlegionarios entregados al infame pesebre. 

Con todo, lo más pintoresco es su obsesión con un mapa, su particular bálsamo de Fierabrás para redimir de su depresión histórica a las  tierras de la Cuenca del Duero, donde ya no habitan reyes, ni santos, ni sabios, sino una cofradía de peperos incapaces a los que él va a dar sopa con onda con  su mapa maestro. ¿Saben lo que es el mapa en cuestión? Pues ni más ni menos que su versión personalizada de los planes quinquenales sovieticos, en el que se dirá dónde debe ir cada cosa y qué hacer en cada sitio: aquí se fabrica estropajo; aquí se cultiva achicoria; aquí se estabulan jubilados; aquí se estudia para majorette; y aquí se come botillo, o morcilla, o lechazo u hornazo. Y claro es de suponer que León carbonero; Zamora misonero; Palencia galletero, Salamanca estudiantil, Burgos charcutero, Segovia mesonero, Avila ganadero, Soria despoblado y Valladolid de metrópoli. Un fenómeno este reinventor de la economía indicativa, que debe tener a Herrera mandándole cajas de puros habanos a Blanco en agradecimiento por regalarle esta joya inapreciable.