GERMÁN VALCÁRCEL | La sociedad española y en especial la berciana viven momentos históricos que no son ajenos al resto del mundo. En el Bierzo, donde su modelo económico ha estado sustentado, durante el último siglo, por el extractivismo carbonero y por la generación de energía, está costando asumir que el proceso de descarbonización del sistema energético es irreversible en todo el mundo.

Durante los últimos cien años ese modelo económico y social, basado en el expolio y destrucción medioambiental que tanto “progreso” y bienestar económico trajo, se asumió como bueno, aunque al final se ha revelado como nefasto. Pero desde la precariedad en que muchos sectores sociales han quedado, con preocupaciones tan sencillas como sobrevivir al día a día, es complicado que haya sitio para pensar en la contaminación, la destrucción medioambiental, el cambio climático y sus consecuencias. Solo aceptando estas premisas se puede entender el malestar que entre algunos sectores sociales de la Comarca Circular ha generado la emisión del programa de televisión El escarabajo verde bajo el título: El Bierzo un paraíso delicado.

Vaya por delante que, para quien esto escribe, dicho programa no es más que uno de esos insustanciales y vacuos programas televisivos para pijoecologistas urbanitas y, en concreto, el dedicado, como decorado, al Bierzo, un publirreportaje, a mayor gloria del escritor local Valentín Carrera, en el que la sensatez y alguna de las posibles soluciones para esta tierra las puso José Luis Prada, se esté de acuerdo o se discrepe de sus planteamientos, pero siempre alejado de las visiones interesadas e impuestas, trasmite autenticidad y coherencia, cosa de agradecer entre tanta banalidad e impostura. Eso sí, también sirvió para constatar la difícil y dura lucha que, en solitario, mantienen los ecologistas de Bierzo Aire Limpio, contra los nuevos ecocidios que se pretenden perpetrar en la Comarca Circular.

No es un secreto que ante la grave crisis ecosocial en la que estamos instalados, el capitalismo intenta redefinirse y existen grupos que tratan de reorientar un modelo que se está mostrando insostenible, hacia la llamada Economía Circular (antes fue Desarrollo Sostenible), nuevo silogismo eurocéntrico, para seguir manteniendo su opulenta, privilegiada y neocolonialista posición en el mundo actual, que empieza a estar de moda en ámbitos “ecoprogres” afines al sistema y el último lampedusiano intento de la UE de pintarse de verde.

Ciertamente es deseable y necesario la reutilización y el reciclaje, pero la Economía Circular para ser tomada en serio, no como una nueva operación de marketing, debe dejar de fabricar cientos de miles de productos tóxicos y no biodegradables, acabar, en la práctica, con el turismo (la nueva y contaminante industria sin humos. Mil trescientos millones de turistas, moviéndose por el mundo, el pasado año) y lo fundamental, adaptar el sistema de producción a las capacidades y ritmos de reciclar de los ecosistemas –si no será otra cosa, nunca Economía Circular– lo cual la hace absolutamente incompatible con el sistema de producción capitalista y con el modo de vida occidental que se basa en el consumo, la hipertecnificación y en la constante movilidad de mercancías y personas.

Un ejemplo de la falacia que se esconde tras esta nueva operación de marketing de los sectores reformistas del capitalismo se ve nítidamente si observamos los flujos materiales de la economía mundial, dominada por el paradigma capitalista, dos usos aparecen fundamentales: el energético, basado en combustibles fósiles (existe una correlación lineal entre consumo energético y crecimiento, imprescindible en el funcionamiento de las sociedades capitalistas) y el de construcción de viviendas y sobre todo infraestructuras.

Pues bien, el sistema energético que es la sangre que necesita, primordialmente el transporte (el 70% del consumo energético total), motor del sistema (¿Recuerdan que utilizaron, los neoliberales, para tumbar el régimen de Alllende?: la huelga de transportistas) se basa en combustibles fósiles que, una vez quemados, se convierten en distintas sustancias, fundamentalmente CO2, cuya conversión de nuevo en recursos energéticos como los de partida (petróleo, carbón, gas) requeriría millones de años y las energías que provienen de las renovables solo permiten transportar un volumen muy pequeño de mercancías a largas distancias. La edificación de viviendas y todo tipo de infraestructuras cumple también un papel determinante en el capitalismo contemporáneo e histórico. Es uno de los nichos de reproducción del capital. Sin él sería imposible sostener las tasas de beneficios que requiere nuestro sistema socioeconómico para sobrevivir.

Nos pongamos como nos pongamos, digan lo que digan los tecnooptimistas y los voceros y apologetas del supremacismo eurocentrico, nuestro modo de vida tendrá que reducirse a la mitad a lo largo de los próximos veinte años para hacer sostenible la vida en este planeta. Reducir, el “nivel de vida”, en ese porcentaje, durante el breve espacio de tiempo que dura una generación, es un sólido argumento y una oportunidad a favor de plantearnos que otra forma de vida, otro mundo, no solo es posible si no deseable.

Por tanto la solución no es, como algunos pretenden, Economía Lineal o Economía Circular, sino Ecofascismo o Decrecimiento, o dicho de otra forma si no nos organizamos desde abajo nos lo impondrán desde arriba con los resultados ya conocidos: horror, barbarie y explotación.