GERMÁN VALCÁRCEL | Que en un territorio tan poco permeable al pensamiento crítico como es el Bierzo hayan resonado, y se haya debatido, aunque ciertamente en ámbitos muy restringidos, sobre conceptos e ideas, como colapso, decrecimiento, economía social y solidaria, soberanía alimentaria, declive energético y escasez de materias primas, despojo y explotación de los países del sur, en definitiva sobre los límites del planeta y del sistema capitalista, nos permite soñar que todavía es posible construir una esperanza realista en esta tierra.

Escuchar algunas de estas palabras y conceptos, en boca de algún representante institucional del Ayuntamiento de Ponferrada, como ocurrió el pasado lunes en el salón de actos de la Casa de la Cultura de la capital del Bierzo, aunque sea para cuestionarlos o para angustiarse, resulta una sorpresa y la constatación que la crítica frontal al sistema que esos conceptos portan, ha entrado de lleno, y para quedarse, en la agenda política.

Al margen de esos minúsculos rayos de luz, apenas hemos avanzado en el cambio valorativo que con buenas razones se reclama desde los sectores decrecentistas, incluso desde algunos sectores del ecologismo reformista: los valores socialmente vigentes siguen ensalzando el despilfarro e ignorando los límites del crecimiento.

Por eso, hoy igual que ayer y seguramente que mañana, seguimos escuchando a amplios sectores políticos, sindicales, sociales y mediáticos del Bierzo incidiendo con la matraca del extractivismo carbonero y todo lo que le rodea, en definitiva con la vigencia de ciertas ideas obsoletas que pueblan nuestras mentes y nos atrapan en modos de vida ridículos, infelices, ineficientes y obsoletos. Ideas que al incluir el trabajo y a la tierra entre los mecanismos del mercado ha supuesto subordinar a las leyes del mercado la sustancia misma de la sociedad y generan ese pensamiento tan arraigado en la sociedad actual que nos dice: Si se puede hacer negocios, tendréis vivienda; mientras se puedan hacer negocios, tendréis educación y sanidad; sólo si pueden hacer negocios tendréis pensiones, bienestar y ocio.

Ideas que compra, también, en parte y una parte del ecologismo reformista: resultaba extraño entrar, el pasado fin de semana, al salón de actos de la UNED, donde se celebraba un encuentro de la Coordinadora Estatal de Plataformas contra la Incineración y los amantes de la basura, y darse de bruces con los carteles publicitarios de la Agroindustria, representada, en este caso, por las bodegas locales, los nuevos amos de las tierras fértiles de la Comarca Circular, los mismos que terminaran arrasando con el escasísimo movimiento cooperativo que existe en el Bierzo.

A pesar de la ceguera que aqueja a las sociedades occidentales, cada vez son más los que admiten, porque todos los estudios lo están dejando meridianamente claro, que el crecimiento continuo en un mundo finito es imposible. Cuando el Sr. Brufau, Presidente de Repsol, alerta, en declaraciones realizadas la semana pasada, que “la creciente demanda de petróleo no va a poder ser satisfecha”, algo que ya llevaba años advirtiendo la Agencia Internacional de la Energía, uno empieza pensar que quizá los “pesimistas y agoreros” no estamos tan descaminados.

Por eso es necesario intentar que el inevitable decrecimiento al que nos enfrentamos sea un decrecimiento bueno, porque al malo ya sabemos cómo se llega: cerrando los ojos a la realidad y soñando que la diosa tecnología y el mercado nos salven milagrosamente. Pero también sabemos sus consecuencias: el eco fascismo que representa el auge de Trump y Bolsonaro en América o Le Pen, Salvini y Orbán en Europa, incubados por un neoliberalismo que considera la pobreza una opción, y por los reformismos imposibles del crecimiento verde que representan los socialdemócratas y los ecologistas reformista –hijos, a pesar de su “buenismo” que no solidaridad, del pensamiento eurocéntrico y colonial–, al no ser más que rodeos hacía el mismo modelo de producción capitalista que representa el neoliberalismo.
Si alguien desea conocer que puede ocurrir, si no nos preparamos, en un planeta en el que la energía va a escasear, recomiendo pasarse por Cuba y pregunten a sus habitantes como fueron sus vidas, durante lo que ellos conocen como “periodo especial”, aquellos años, los noventa del siglo pasado, que tras la caída de la URSS y el bloqueo de USA, tuvieron que sobrevivir con los recursos que daba la isla.

Solo cambiando radicalmente nuestros usos y costumbres, adaptándonos al irremediable e inexorable declive energético, abandonando el PIB como forma de medir nuestro bienestar y desarrollo, sustituyéndolo por indicadores como la huella ecológica, la Tasa de Retorno Energético y la conservación del capital natural; pasando de la economía competitiva y la mal llamada colaborativa a la social y solidaria; abriendo los ojos a cosas como la Agricultura Regenerativa que transforma la agricultura hacia un modelo ecológico, regenerativo y local, lo que conlleva unos ahorros energéticos enormes en todo el sector alimentario o a la Bioconstruccion que modifica y reforma las viviendas para hacerlas energéticamente eficientes llenando los tejados y fachadas de las casas de captadores solares para calefacción, agua caliente, cocina y electricidad; adaptando la producción industrial a un escenario en el que las energías renovables no serán suficientes para sostener los procesos productivos tal y como los conocemos; abandonando el automóvil de uso individual como opción de movilidad; cambiando valores, de tal forma que la competitividad, el individualismo y el consumismo dejen de ser socialmente aceptados como los valores a defender, sustituyendo la mentalidad consumista por una mentalidad consciente y solidaria con el planeta y con las gentes que en el viven y convirtiendo la cooperación en el valor básico en las relaciones humanas, solo así podremos atenuar el colapso civilizatorio y la supervivencia de la especie humana.

Como algunos pensarán que me ha quedado un texto excesivamente utópico, me limito a afirmar que para eso sirve la utopía para ser inalcanzable y obligarnos a caminar, tal como sostenía Eduardo Galeano. Para los que puedan seguir creyendo que las propuestas que sostengo carecen de realismo volver a recordarles aquella cita que escuche a Carlos Taibo de una frase del ensayista francés George Bernanos, que decía algo así como que “el realismo es la buena conciencia de los hijos de puta. Todos los hijos de puta dicen: la realidad es ésta y no podemos sortearla. Y la realidad es aquello en lo que se sustenta su condición de hijos de puta”.

Esos realistas son los mismos que, transformando la ciencia en religión y la tecnología en su diosa, construyen una cosmovisión, unos mitos y creencias que han trocado el progreso en guerras, genocidios, expolio y destrucción.