CGT EDUCACIÓN | Entendemos que los comedores escolares son una de esas utilidades en las que se fundamenta lo público, que no es más que aquello que resulta provechoso, porque a la utilidad le hemos agregado, como sin querer, lo placentero. Y esto tiene que ver con el cariño con que unas cocineras contribuyen a criar a nuestros hijos. ¿Se puede pedir más?

Por otro lado, el hecho de que hoy en día los comedores escolares se hayan vuelto en tantos casos imprescindibles no es más que una de esas pesadumbres a las que nos aboca el sistema de mercado en que se quiere convertir también lo público. La tan deseada conciliación de la vida familiar no termina de llegar y por ello muchas familias se ven en la necesidad de recurrir a este servicio que ofrecen los centros escolares. A esto se une que en algunos casos, no son muchos por fortuna, pero existen, las situaciones económicas de ciertas familias provocan que esta sea la única comida en condiciones que los menores ingieren a lo largo del día.

Asumiendo, por tanto, que este servicio es absolutamente necesario, cuesta asumir el actual modelo de gestión del mismo. Es decir, cuando se nos presenta un debate entre metáforas tan detestables como la línea fría o la caliente, o como las quieran bautizar, se nos tiende una trampa que nos conduce irremediablemente a convertir lo útil, la res publica, en dinero, o lo que es lo mismo a amortizar aquellas cocinas provechosas y a aquellas cocineras cariñosas, cuyos ricos platos se cocinaban muy cerca del lugar de donde procedían los sabrosos productos que alimentaban a nuestros hijos.  Y nosotros nos negamos a convertir lo público en asunto de especulación económica, o lo que es lo mismo, a tratar a la gente como un recurso o mercancía  de usar y tirar. Y mucho menos a nuestros jóvenes.

Porque cuando hablamos de comedores públicos -o de educación, o de sanidad- en otros países a los que se supone queremos imitar se habla de inversión. Aquí, sin embargo, siempre se habla de gasto. Y es precisamente esa la excusa que lleva tanto tiempo usando la administración para justificar discusiones inútiles como este de la línea fría, a la que ahora se suman otros argumentos falaces.

Porque es falaz que los contratos que se realizan con las empresas subsidiarias del servicio, al margen de cómo se conceden estos, supongan un ahorro efectivo. Y lo es también que alguien considere más adecuado que un menor consuma comida precocinada antes que platos hechos al momento. Porque lo que se le pregunta a los padres para que valoren la eficacia del servicio se basa en otros parámetros, como por ejemplo la adecuación de los horarios o la eficiencia de los encargados de comedor, de la que nadie puede dudar, pero nunca en la calidad de los productos.

Así que es difícil entender que alguien defienda este modelo como plenamente saludable. No lo es con el empleo, pues supone la reducción de puestos de trabajo vinculados con la educación de nuestros niños; no lo es con el planeta, dado el ingente número de envases de plástico utilizados en este proceso. Ni es adecuado desde el punto de vista educativo, ya que no enseña a los jóvenes hábitos saludables, como consumir productos de cercanía o fruta de temporada y crea en  ellos la sensación de que recalentar comida precongelada en el microondas puede sustituir a una dieta equilibrada. Ni lo es, por supuesto, desde el punto de vista alimenticio, como muestran los estudios realizados a tal efecto.

Por todo ello, como padres, madres y docentes, seguiremos pidiendo a nuestros políticos inversión, y no gasto, en el futuro de nuestros hijos e hijas, aunque dicho deseo, de momento, en este país no sea más que un brindis al sol.