La leyenda de los doce o quince ciruelos. Homenaje a la afición de la Deportiva |
Martes 19 de Junio de 2007 05:53 |
No hace mucho, a casi mil kilómetros de Ponferrada, tuve ocasión de compartir unos momentos deliciosos con una de esas personas que, por el traqueteo propio de su profesión de retratar y contar cosas, no se si será de las que más saben de fútbol, pero seguro que ha visto más partidos, estadios y equipos que el común de los mortales. Charlábamos acerca de la situación terminal de nuestra querida Deportiva y, en especial, de los roles absolutamente asimétricos desempeñados por equipo y afición. Mientras la prensa local y foránea, los jugadores propios y extraños, las aficiones e incluso algún técnico rival se mostraban perplejos ante la abnegación de nuestra hinchada, un consenso no menos general se producía en torno al decepcionante balance deportivo. En defensa del “equipito” alegué, y lo sigo creyendo, mi más absoluto convencimiento en torno al compromiso de los profesionales con los colores blanquiazules e incluso con la propia Ponferrada y sus gentes. La contestación de Luis no por serena fue menos descarnada, demoledora y, justo es reconocerlo, acertada: “Pues sólo faltaba. Estos cobran seguro lo cual, tal y como está el fútbol, no es poco. Además, y hagan lo que hagan, siempre hay doce o quince ciruelos esperándoles a la salida para animarles”. Ni que decir tiene que yo era uno de esos doce o quince “ciruelos” y aún me sigo riendo. (Un artículo de Manuel E. Morán)
Desde el principio de la temporada, al margen de aquel engañoso mes de septiembre, como con su acierto habitual lo calificó Nino Cubelos, en Ponferrada ya éramos conscientes de que no podíamos ser una afición más. Había que llevar al equipo adelante y arriba. Para ello no teníamos la obcecación fatalista de los sufridores del Atlético de Madrid, ni el ingenio sureño de los gaditanos, ni la sobria capacidad de San Mamés para hacer silencios estremecedores. Pero contábamos con algo que quizás nos sorprendió incluso a nosotros mismos. Contábamos con esa especial manera de estar en el mundo que define al berciano, más allá de un infantil, con perdón, antileonesismo. Cada vez que conmovimos a Salamanca, Valladolid o Almería bordando con banderas el “A Ponferrada me voy”, de la mayoría de las gargantas salía algo mucho más profundo que la coral forofa al uso. Cada estrofa liberaba las ganas de poder contarle a España entera –a veces madre, a veces sorda madrastra- que a pesar del desmantelamiento de la minería, del expolio de un medio natural digno de dioses celtas, del latrocinio de un patrimonio histórico varias veces milenario, o del exilio de muchos de los nuestros, a la mínima oportunidad que nos ha dado, aquí nos tiene, de pié, cantando nuestras razones de ser. Este año tan especial nos hemos dado cuenta de hasta que punto nos une el orgullo de ser lo que somos y cómo somos. Sin pretéritos paraísos del wolfram, sin tristemente desaparecidos pimientos urbanos, sin míticas ciudades del dólar. Esta marea blanquiazul la hemos creado solitos, codo a codo, vino a vino, peña a peña, autobús a autobús. Ahora hay que aprovechar el impulso para consolidar el club porque, no se otros, pero este si que es más que un club. La Deportiva se ha convertido en altavoz de los sentimientos de un pueblo que tenía unas tremendas ganas históricas de gritar su orgullo. Dilapidar un capital humano y social tan incuantificable no tendría perdón. El próximo curso estaremos en 2ª B, que nadie lo olvide. No le pidamos al equipo que baile a los rivales sólo por que estuvimos un año en la élite. Nosotros, a lo nuestro. A continuar algo que nosotros empezamos y es nuestra la tarea de decidir hacia donde queremos que vaya. De momento, vamos camino de convertirnos en una leyenda. Una leyenda que bien podría haber empezado con doce o quince ciruelos. |