Pajaritos y Pajarracos/ ¿Honor... y Ulibarri? Paradójico Imprimir
Lunes 26 de Enero de 2009 04:58

Por Xan das Verdades

Paradójico como mínimo, por no decir algo más concluyente. Tiene bemoles que acuda a la justicia para reivindicar su honor, cuando el desencadenate de toda la movida es el hecho probado de que se dejaron de pagar los salarios a la plantilla de autobuses hasta que, por parte del ayuntamiento, se aceptó públicamente avenirse a sus exigencias. Tratar de empurar a un concejal, por hacer uso de su derecho constitucional a conocer en profundidad y sin limitación alguna los asuntos que le competen, es denotar nuevamente su peculiar comportamiento en el que cree que es su cortijo particular.

 

El honor es una cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto al prójimo y de uno mismo, ni más ni menos, eso es lo que dice el DRAE. Si  Ulibarri estima que cumple de manera irreprochable ese enunciado, tiene perfecto derecho a ir por todas; pero si duda que puede acreditarlo, sin mácula alguna, y muy especialmente respecto del prójimo, ya puede ir desmontando su vendetta porque no están lo jueces para reponer ningún honor que no se corresponda con lo que define con precisión el diccionario; además, puede que mogollón de prójimos estarían dispuestos a comparecer para probar que se equivoca, y mucho, al exigirlo.

Es de suponer que el juez que entienda en este asunto pedirá, en primer lugar, el convenio entre el ayuntamiento y TUP, haciendo posible saber cómo una nueva titularidad accedió a una concesión sin someterla a un proceso concursal de libre concurrencia; también sabremos si se dejaron de pagar las nóminas para presionar al ayuntamiento, cosa que pasó sin que quien se presentó como músculo financiero lo demostrara ser mínimamente. Eso, encaja muy mal con su pretendida reivindicación del honor, pues con tal incumplimiento, de supuesta conveniencia, arrolló con su deber  con  los trabajadores que, al cabo, son su prójimo más inmediato.

Con todo, lo preocupante de esa querella es que en con esa embestida,  D. José Luís, da la impresión de que se le ha desinmantado la brújula del buen rumbo; tal vez le tenga alterado constatar que controlando la opinión publicada no se controla necesariamente a la opinión pública. Eso, que pudo ocurrir circunstancialmente, no tenía ninguna posibilidad de consolidarse, y hoy ya es un hecho irreversible que, desgraciadamente para él, no va a poder evitar. Diría más: cuanto mayor sea su omnipresencia en los medios informativos, mayor va a ser el rechazo social que  provocará con su atípico conglomerado de intereses.

Le guste o no, el mejor consejo que le pueden dar quienes le aprecian —no es mi caso y por eso lo dejo para ellos— es que se desembarace de los medios y  se dedique a ser empresario, o bien que se desprenda de las otras empresas y se dedique a ser únicamente un propietario mediático. La mixtura corporativa, que ha sido clave en su espectacular desarrollo, ha dejado de ser un talísman y tiene toda la pinta de convertirse en una rémora que le va a deparar más disgustos que satisfacciones. Al tiempo.

Es un error pretender taponar las fugas, que le merman su almacén de estima y reconocimiento ciudadano, con demandas y querellas. Nadie, que no sea él mismo, le tiene culpa de su pérdida galopante de impronta; con más heridos que en la batalla de Gettysburg y menos muertos que en la toma de Perejil, tiene muy dificil consolidar un status de prohombre, sin ser evidenciado por sus propios actos. Y que no se equivoque, los mismos mequetrefes que se dejaron seducir para conseguir sus objetivos, lo dejarán tirado y negarán cuando tengan que salvar su culo.

Ulibarri puede estar a punto de convertirse en una mala compañía; un número cada vez más considerable de anexos trata, torpemente, de justificar su presencia en sus fastos, y es porque sospechan que su cercanía ya no garantiza la miel sobre hojuelas permanente; nada de él sería de pública incumbencia sin esa obsesiva afición a coquetear y pasar a mayores con el sector público, lo que hace que sus andanzas nos conciernan legítimamente y que él, mal que le pese, tenga que aceptarlo. Por cierto, yo también suscribo el fondo del artículo de Campos.

 

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