[LA OVEJA NEGRA] Sin derecho a la esperanza Imprimir
Viernes 20 de Abril de 2018 08:48

GERMÁN VALCÁRCEL | Hemos banalizado hasta tal punto eso que llamamos democracia que, aún y cuando la clase política y las élites sociales de este país infringen de la manera más clara y reiterada el Derecho, muy pocos cuestionan seriamente el Estado, el régimen político o el modelo de sociedad que los sustenta.

Nuestra sociedad está profundamente enferma, herida incluso de muerte, incapaz de cortar la hemorragia que día tras día desangra este país a golpe de titular de corrupción. Noticias que vienen a crear una mayor brecha social entre la política y la gente, entre el pueblo y las instituciones, creando al mismo tiempo la desconfianza como valor máximo en las relaciones sociales.

Nos hemos tragado de tal modo la validez de esta grotesca democracia de baja intensidad que somos capaces de soportar toda clase de infamias en silencio y con la cabeza gacha. La corrupción es la forma aceptada de gobierno, de ejercer la acción política en todos los ámbitos del Estado, lo es desde los primeros tiempos de la Transición, pero, desde el triunfo electoral de la derecha por mayoría absoluta, en marzo del año 2000, se ha extendido, y aceptado, a todas las instituciones del Estado (partidos políticos, sindicatos y muchas organizaciones sociales incluidas), empezando por el gobierno de la nación, gobierno sustentando por un partido tan corrupto que parece una maquinaria de delincuencia organizada para expoliar el país. Algunos jueces lo consideran una asociación con ánimo de delinquir y por eso lo tienen sentado en el banquillo. En realidad, esta atmósfera general y atosigante de corrupción sin límites viene propiciada por una sociedad donde la mentira, la picaresca y el choriceo son prácticas aceptadas y aplaudidas.

En la pequeña y cerrada sociedad berciana la corrupción política tiene características propias de la idiosincrasia de las gentes de la Comarca Circular, se empezó hacer visible cuando el recientemente fallecido Celso López Gavela quedó en  minoría en el Consistorio ponferradino (su pacto con el CDS puso los cimientos a una forma de hacer política donde el urbanismo sería el motor), pero tomaron cuerpo de forma nítida coincidiendo con la llegada al poder municipal de Ismael Álvarez; desde entonces la fetidez de los negocios ilícitos impregnó, sigue impregnando, a todos los sectores políticos, empresariales, sindicales y sociales de la comarca.

La corrupción no tiene ideología, en una sociedad tan pequeña y cerrada como la berciana, corrupción es, también –lo es en todas– mentir, engañar, difamar a todo aquel que no piensa igual o disienta, pero por aquí, en la Comarca Circular, si el corrupto de turno es un amigo o el “conseguidor” de alguien que te conoce, ni se te ocurra hacer la más mínima crítica, hacerla significa que se te mire con desconfianza, la muerte social.

En el Bierzo el sueño de luchar por una sociedad más justa, abierta y democrática se esfumó de estas tierras hace ya muchos años, en la medida que las organizaciones de izquierda que debían luchar por ello se convirtieron en chiringuitos y cortijillos para medrar económica y socialmente. PSOE, IU y los sindicatos mayoritarios son ejemplos palmarios y por ello nunca ha habido posibilidades, ni siquiera de organizarse de manera eficiente.

Como muestra un botón de los mimbres que conforman eso que se ha dado en llamar izquierda transformadora: estos días asistimos, en Ponferrada, al proceso de elección de la nueva dirección local que “regenere” la franquicia ponferradina de IU (un servidor lleva oyendo eso tres décadas, y tres décadas lleva al servicio de los intereses personales de una sola persona), una organización donde confiar en el otro no solo es una rémora sino que te convierte en un auténtico gilipollas merecedor de cualquier traición o infamia.

Este nuevo proyecto de “regeneración” está conformado, entre otros, por una concejala que dio una rueda de prensa acusando al entonces coordinador local, Emiliano Núñez, de maltrato y acoso verbal; nada volvimos a saber del caso, aunque algunos tuvimos que sobrellevar, por creerla y solidarizarnos con ella, una denuncia archivada por la Audiencia Provincial, sin que nadie, absolutamente nadie, ella tampoco, de esa organización u aledaños defendiera la libertad de expresión. Eso sí, como el denunciante ya había caído en desgracia, cuando el juzgado archivó la denuncia, muchos de los que le jalearon, a la hora de ponerla, luego se alegraron del archivo.

Ahora, doña Rebeca, así se llama la concejala, comparte candidatura con quienes, entonces, la acusaron de mentir (¿denuncia falsa?, eso sí, luego nos parece infumable lo que hace Cifuentes) en un documento interno que obra en mi poder y sus adversarios son, en estos momentos, una “pandilla de alcohólicos y enfermos mentales” que en aquellos no tan lejanos tiempos eran útiles, ya que se dedicaban a soltar infamias y todo tipo de iniquidades, contra todo aquel que osara criticar o disentir del  amo y señor del cortijo. Nada nuevo en ese repugnante estercolero en el que ha quedado convertida IU en Ponferrada, que parece destruir humanamente a todo aquel que se acerca por allí. Con estos antecedentes no parece vaya a ir por otro camino que por el ya transitado de la conquista del poder interno a cualquier precio, como paso previo para llegar a las instituciones (a la mamandurria que diría Esperanza Aguirre), esa es la forma de hacer política y, según dicen, la herencia que deja el Consejero Fernández, alias Tanke, después de treinta años de poder omnímodo.

En el Bierzo, las gentes que confían en la izquierda institucional, no tienen derecho a la esperanza, si estos son los cimientos de la nueva forma de hacer política.

 

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