[LA OVEJA NEGRA] Bienvenidos al paraíso Imprimir
Viernes 22 de Junio de 2018 00:04

GERMÁN VALCÁRCEL | Hace unos días, en un debate sobre  el fascismo en la sociedad actual, había quien opinaba que el fascismo era un tema muy pasado. Lo preocupante es que son muchos los que comparten esa opinión. Hay gentes que ven y oyen, pero ni miran ni escuchan.

Como muestra de la ceguera y sordera que algunos padecen ahí tenemos a Felipe de Borbón, el más insigne representante de nuestra avanzada democracia, haciéndose la "foto", con Donald Trump, para convencer no solo a España, sino a toda América Latina de lo maravillosa, útil y protectora que es la madre patria, el mismo día que la Administración Trump secuestra y encierra a los hijos de los inmigrantes latinoamericanos con el objetivo de chantajear a los padres para que acepten ser deportados a sus lugares de origen sin acudir a los tribunales, a cambio del compromiso de que si abandonan Estados Unidos les devolverán a sus hijos.

Con semejante representante del pueblo español no debe sorprender lo que hemos podido observar y escuchar estos días, en no pocos comentarios, en las redes sociales y en los charlas cotidianas de las conversaciones de barra de bar, como consecuencia del arribo del barco Aquarius a las costas del Estado español, con seiscientos veintinueve inmigrantes a bordo: “Primero los de aquí”, “yo no soy racista, soy ordenado”, “si vienen aquí que vengan a trabajar y si vienen a robar o a cobrar ayudas que se vayan a su puto país”, “que se integren o se vayan”. Es decir, piden que se integren, pero con la mirada de odio y desprecio puesta sobre sus personas.

Entre las personas que venían en el Aquarius se encontraban más de sesenta menores que no estaban con nadie, venían solos, me han recordado esas historias que relatan lo que fue el nazismo, aquellas familias que se rompían intentando salvar la vida, aquellas madres y aquellos padres que vendían todo para intentar salvar a su prole de una muerte segura. Entregaban sus bienes a miserables que hacían fortuna a costa del miedo y el hambre que pasaban y sus hijas e hijos se iban y ellos se quedaban pidiendo y rezando, cada uno a su dios, para que salvaran la vida.

Muchas personas mantienen un discurso de intolerancia hacia los que no tienen su misma cultura, hacia los diferentes. Se quejan de que vienen a cobrar ayudas y de que nos quieren imponer su cultura. Aquí quien nos impone su cultura, esa que convierte en mercancía y negocio todo lo que nos rodea, incluso a los seres humanos, son los banqueros y sus políticos lacayos, esos neoliberales que son votados por una parte importante de nuestras sociedades blancas, liberales, eurocéntricas, capitalistas y colonialistas. Los que reciben ayudas de verdad son los bancos y el IBEX35; pero de esto no nos quejamos, es preferible criminalizar a un pobre que huye de la miseria.

El mundo está retrocediendo aceleradamente hacia el abismo de la barbarie

Eso sí, poco o nada parece preocupar la hipocresía que supone que las fronteras estén abiertas para el petróleo, el uranio, el litio, el coltán o las mercancías que la mano de obra barata genera, con lo que sostenemos nuestro opulento modo de vida, nuestro atroz consumismo. Para muchos de los habitantes de las muy desarrolladas y democráticas sociedades occidentales nada ni nadie puede interponerse ante las leyes inmutables de los negocios, nada existe por capricho en la Naturaleza, todo se vende y se compra, todo tiene un precio, aunque algunos paguen con hambre, miseria y muerte.

“Cerremos las fronteras”, escriben y vociferan todos esos xenófobos desde su vivienda calefactada o refrigerada –depende de la época del año–, en su smartphone con coltán congoleño ensamblado en China. Para estos sociópatas “el problema son los inmigrantes” que huyen de sus tierras esquilmadas, buscando, sin saberlo, sus propios recursos, que han sido anteriormente robados y saqueados por quienes hoy les cierran el paso hacia nuestro “civilizado mundo”.

Detrás de todos estos comentarios se esconde el miedo a perder lo poco que queda para poder seguir manteniendo nuestro desenfrenado consumo, fomentado por la teología del dineroteísmo, también conocida como neoliberalismo, esa versión escalofriantemente maltusiana del capitalismo que enjaula criaturas, desahucia y corta la luz, envenena el medio ambiente, abandona a otros seres humanos en el mar, censa gitanos y convierte la vida misma y los sentimientos en una actividad mercantil más. Todo en aras de defender nuestro desarrollado, democrático, expoliador y depredador modo de vida.

Lo disfracemos como lo disfracemos, lo pintemos como lo pintemos es puro fascismo, o como dicen, decimos, los decrecentistas: ecofascismo. Por eso lo preocupante no es, solamente, la tremenda masa de pastoreo fácil que vive enganchada a los circos de turno, sino la ignorancia selectiva e irresponsable de esos cínicos, también conocidos como progres que se escudan en tecnofantasías, desentendiéndose de la situación de fondo, trabajando para ONGs –pura caridad– y dando lecciones de humanismo y “welcome refugues”, pidiendo limosnas para salvar a un niño o recibiendo subvenciones de la administración pública, cuando no de organismos internacionales de lo más oscuro, pero no intentando cambiar las relaciones de poder o las costumbres.

El mundo está retrocediendo aceleradamente hacia el abismo de la barbarie. Pronto la historia de la Alemania nazi no nos sorprenderá. La única manera de salir de esta trampa mortal es comprender que el problema es fundamentalmente de recursos, y que por tanto debemos abandonar un sistema económico y de producción perverso, basado en el despilfarro; entender que no hay falsas salidas y que ninguna opción disponible puede evitar un decrecimiento forzado y, más importante, el final de un sistema basado en el crecimiento infinito.

 

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