[SED de LIBROS] 'Madrid, de Corte a checa', de Agustín de Foxá Imprimir
Jueves 22 de Noviembre de 2018 02:41

MANUEL ÁNGEL MORALES ESCUDERO | Si no fuera porque el último medio siglo ha estado dominado en gran medida por una clase de intelectuales a la violeta, por un sector sectario que ha obviado en libros de texto y críticas periodísticas todo  lo que no cumplía ciertos patrones de corrección política, la obra de Agustín de Foxá (Madrid, 1903-1959), Madrid de Corte a checa, habría sido tenida como lo que realmente es: una obra maestra y singular, una de las mejores novelas del Siglo XX, un testimonio descarnado de una época que algunos quieren reinterpretar a su antojo, como si todos los demás fuéramos idiotas, como si no existieran la memoria y los libros, como si Gutenberg jamás hubiera nacido, liberando para siempre al hombre de la tiranía de la opinión única.

A Agustín de Foxá le perdió ser aristócrata, ser Conde y Marqués a la vez. Le perdió el haber ocupado cargos en el franquismo, ser diplomático en Bucarest, en Helsinki, en Buenos Aires o en Roma... Pero sobre todo le perdieron sus palabras: “Acudía a casa de los vencedores una nube de parásitos y rencorosos, “republicanos de toda la vida”, que unas horas antes habían pordioseado en Gobernación un acta de concejal monárquico, masones durmientes que despertaban de pronto reestrenando en manos y orejas los viejos signos olvidados, estudiantes gafudos y pedantes de la FUE, catedráticos krausistas, médicos ensayistas y taciturnos escritores del 98, y toda una turbamulta de grandes fracasados, enfermizos intelectuales de sexualidad mal definida, militares arrojados por los tribunales de honor, periodistas de La Voz y del Heraldo, y estudiantes que habían perdido todas las oposiciones”.

Sus palabras aún suenan como fustas para el lector actual, no han perdido brillo ni vigor con el paso del tiempo. Se podrá discutir la ideología que subyace en la obra pero no su potencia literaria, la brillantez de sus metáforas, el estilo rápido y vigoroso, la viveza de sus descripciones y la sinceridad de sus testimonios. Es Foxá un maestro de la crítica y de la sátira, de la ironía en política, como cuando se acuerda de los nacionalistas y de las verdaderas intenciones que, entonces y ahora, los animaban y animan:

“Los catalanes y los vascos, que soñaban con nutridas burocracias pálidas de expedientes y dietas en la brava belleza de Cantabria y el Pirineo”.
Su crítica a la política de la República no es un mero libelo, una corrompida diatriba. Es algo más; una visión personal e inteligente de toda la cuadrilla de aprovechados, ineptos, envidiosos, fracasados y radicales de sentimientos inconfesables que, refugiados en palabras como “pueblo” y “libertad” se escondían tras el nuevo invento político.

La obra se divide en tres partes: Flores de Lis, Himno de Riego y La hoz y el Martillo. Concebida como una casa de tres pisos en el que cada planta representa un “crescendo” tanto en el interés de la trama como en la gravedad de los hechos que relata. Si al principio hay sitio para el amor, para la crítica severa de políticos e intelectuales como Manuel Azaña –al que se desviste de todo el ropaje con el que la historia reinventada ha querido cubrirlo dejando en evidencia su estrechez de miras y su incompetencia– , la tercera parte es tremenda por su dureza, por el testimonio de lo que llegó a ser la Villa y Corte, convertida en checa con el dinero de Stalin:

“Porque el cerco se cerraba. Se apretaba la esfera de los condenados. Ya no caían, sólo, los falangistas, los sacerdotes, los militares, los aristócratas. Ya la ola de sangre llegaba hasta los burgueses pacíficos, a los empleadillos de treinta duros y a los obreros no sindicados. Se fusilaba por todo, por ser de  Navarra, por tener cara de fascista, por simple antipatía; los milicianos, como los niños y como los brutos, eran arbitrarios, y lo mismo mutilaban a uno antes de matarlo que acababan bebiendo con él unas copas de coñac”.

Leer la obra de Foxá produce asombro y sorpresa. Asombro porque en muchas partes del libro uno no puede evitar la tentación de comparar el Madrid de entonces con el de ahora, la irresponsabilidad, la saña y la astucia de algunos de los políticos de entonces con los de ahora, la cuesta sin freno de los separatismos a un final inevitable y fatal como el de ahora. La sorpresa viene de comprobar cómo esta obra sigue siendo fresca y actual y cómo la han silenciado unas pretendidas élites intelectuales que solo lo son por la oportunidad, el ventajismo, por su proximidad al poder y no por sus méritos. Ahí tenemos a los rufianes para dejar en evidencia que la envidia y la mala sangre nunca se han ido del todo.

Una obra literaria, sea Justine del Marqués de Sade, sea La madre de Gorki, sea cual sea, debe ser valorada por sus méritos literarios, por su acierto temporal, por su valentía y oportunidad histórica. Todas las otras consideraciones sobran. Recuerdo un profesor de Literatura en un colegio religioso en el que estudié que cuando llegábamos a Lorca o a Alberti, los pasaba de largo porque le molestaban. Yo los leía aún con mayor interés. Ahora, algunos hace lo mismo con Agustín de Foxá, con los que  no se dejan imponer el yugo de género, con los disidentes en suma... y sigue siendo igual de ridículo y mezquino que entonces.

Leer Madrid, de Corte a checa es un imperativo para cualquier lector culto. Ignorar a  Foxá, enterrándolo con desprecio, es tanto como ignorar a Miguel Hernández. Ambos son testimonio de alta Literatura. Dos caras de una misma moneda, dos testimonios de una tragedia que muchos se empeñan en sacudir, como sacude el imprudente un avispero

 

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