JUANJO URBINA | El Partido Popular no tardó en descubrir que el de Gloria Fernández Merayo había sido un experimento apresurado y fallido que condujo a un mandato perdido con una gestión errática, sin proyecto ni rumbo definido más allá de la mera supervivencia.

Hace cuatro años más o menos por estas fechas, con una decisión prácticamente tomada, las presiones externas y el deseo de Juan Vicente Herrera de que una mujer compitiese por la alcaldía de Ponferrada con la socialista Ángela Marqués derivaron en una desesperada búsqueda contra reloj cuyo resultado es sobradamente conocido. La propia Gloria Fernández Merayo ha reconocido en alguna ocasión que a ella le habían ido a llevar la alcaldía a casa.

Por el mismo procedimiento se la van a arrebatar ahora, sin darle opción siquiera de defenderla en las urnas. Habían pasado poco más de dos años de su mandato cuando anunciamos aquí (8 septiembre de 2017) que la alcaldesa era un pato cojo. Para entonces ya había cundido en el Partido Popular la impresión de que la elegida dos años antes se había convertido en un lastre que en la siguiente cita podría arruinar las expectativas electorales que entonces todavía no había entrado en su peor momento.

Sin duda pasará a la historia como la primera alcaldesa de Ponferrada, pero nadie la recordará por su gestión

El caso es que Merayo tenía la fecha de caducidad puesta desde hace más de un año, lo que la convirtió en un curioso caso de alcaldesa con obsolescencia programada. Su talante —adversarios políticos, funcionarios e incluso algunos colaboradores  la describen como "personalista, con modales despóticos, mentirosa y manipuladora"— y su gestión, con la que no ha resuelto ni uno solo de los grandes problemas del municipio, le fueron cerrando la puerta a la posibilidad de repetir. En uno de los momentos más críticos de su mandato, concejales del equipo de gobierno llegaron a plantearse la posibilidad de "ponerle la maleta en la puerta". Les faltó coraje.

Las encuestas en las que su imagen salía seriamente tocada no hicieron sino confirmar esa percepción de la cúpula popular, persuadida de que con ella sería muy difícil no solo aspirar a ganar las elecciones sino también, y quizá sobre todo, tejer acuerdos posteriores de gobierno. Con siete escaños, a los que se sumaron los dos de Coalición por El Bierzo de un modo un tanto sui generis, le faltó cintura para ensanchar sus apoyos. Ni siquiera asignando un sueldo a su portavoz consiguió una ayuda estable de Ciudadanos. De sus idas y venidas con USE, que en varias ocasiones —las más sonadas los presupuestos y el reparto de los remanentes— la dejó tirada tras prometerle sus votos, mejor no hablar.

El caso es que Merayo empezó bien, pactando la abstención del PSOE a los presupuestos de 2016, los únicos que consiguió aprobar en cuatro años. Pero incumplió los compromisos adquiridos y los socialistas, sin demasiado margen de maniobra tampoco, le dieron la espalda a partir de entonces. Le faltó tras ese revés humildad y valentía para someterse a la moción de confianza como le sugerían sus socios de cogobierno, una prueba más de su falta de visión política que acrecentó la desconfianza en sus propias filas y cargó de razones a sus detractores. Prefirió embarcarse en cambalaches con su antecesor que terminaron como el rosario de a aurora.

Se irá sin honor Gloria Fernández Merayo —ya veremos si a otro cargo o directamente a su casa, que en esto hay cierta división de opiniones— después de cuatro años perdidos, salpicados de pequeños despropósitos y con todas las decisiones importantes aplazadas por su impericia e indefinición. Sin duda pasará a la historia como la primera alcaldesa de Ponferrada, pero eso será todo. Nadie la recordará por su gestión.