GERMÁN VALCÁRCEL | No hace falta ir a la facultad de medicina para saber que una aspirina no cura un cáncer. Tampoco es necesario tener un máster en sociología o en ciencias políticas para constatar que la actualidad política berciana es puro bostezo, tal vez porque no tiene nada de política, también está comprobado que en el hueco que deja esa ausencia de política siempre termina anidando el fascismo.

Descorazonado por la soledad de viudo en que me han dejado las izquierdas realmente existentes en el Bierzo y parapetado en mi pequeña patria, compuesta del catalejo que me proporcionan algunas lecturas, de tres o cuatro amistades verdaderas, dos o tres bares y las largas caminatas matinales por la periferia de la ciudad en la que vivo, Ponferrada, asisto, con la tentación de autoexiliarme de este país, al suicidio de la izquierda institucional situada en la periferia del PSOE, esa siniestra que sostiene que centrar todos los esfuerzo en llegar a las instituciones –administración y propaganda– es hacer política. Esa forma de pensar y actuar ha dejado sin referentes políticos a una parte importante de la sociedad y se muestra incapaz de hacer frente a la calamidad histórica que se nos viene encima y que solo desde la inmovilidad intelectual, la ceguera política y la indigencia cultural casi absoluta que padecen se puede entender.

El de servidor es el escepticismo que bordea las buenas intenciones de los que nunca fueron capaces de demostrarlas. Es la desconfianza de quien ha visto como una y otra vez esa izquierda electorera se empeña en hacernos creer que, por el mero hecho de sentar representantes en las instituciones, es posible coger un pedazo de mierda por el lado limpio. Una izquierda que, dada al conformismo militante y al compadreo, no ha podido, sabido o querido ver lo que florece, una derecha corrupta y corruptora, más empeñada en retroceder al siglo pasado que de preocuparse de dotar de derechos y bien vivir a los gentes de este país.

Una derecha que tiene como levadura ideológica la religión católica, la moral tradicional, la nación española, el Estado autoritario y represor (democracia la justa) una carcunda que discreta o abiertamente es xenófoba, excluyente, totalitaria, machista, homófoba, misógina, desigualitaria, impregnada de un nacionalismo cañí centralista, partidaria del mercado sin reglas, imantada a los privilegios a pesar de que se presente y denomine popular y liberal, incapaz de comprender la conexión que existe entre sus recortes y sus trajes cortados a medida. Una derecha que para evitar el enfoque del bien común promete cielos mientras produce y legitima infiernos.

Esa derecha política se encuentra sin oposición para imponer su modelo social darwinista y autoritario, debido al desprestigio y degradación de las, hasta la fecha, más representativas organizaciones de la izquierda, al temor de unas clases medias empobrecidas y desorientadas y a la desesperación de una clase trabajadora despolitizada y convertida de facto en “uberizados” parias sin derechos.

El auge de la extrema derecha lleva aparejado, ahora ya sin caretas, no solo el discurso del odio sino, también, la dictadura de la teología neoliberal, la injusticia como norma y el intento de desarticulación de los movimientos populares —actualmente las únicas y reales herramientas de oposición a las mismas—, criminalizado cualquier resto de cultura emancipadora o simplemente contestataria, y convirtiendo en residual el llamado estado del bienestar; solo un ejemplo, hay cientos, cercano de esto último: Lo que está haciendo, en esta envejecida Comunidad Autónoma, la derecha gobernante con el Sistema Público de Salud tiene nombre y apellido, genocidio de clase.

Necesitamos una izquierda que revindique el conflicto social desde abajo como motor de grandes transformaciones

No es casual que las únicas resistencias reales al proceso de derechización social venga de las feministas y ecologistas, los únicos movimientos autónomos y descentralizados, carentes de líderes y sin obediencias globales, se adaptan a las necesidades reales de sus geografías; por eso  siguen siendo los más vivos, plurales, dinámicos y emancipadores, a pesar de los intentos de colonización que sufren por parte de reformistas, socialdemócratas y demás ulcerados y fracasados representantes de la ortodoxia izquierdil estatalista, dispuestos, como siempre, a ejercer la que ha sido su labor: desarticular la protesta. Debido a que, todavía, no han sido fagocitados son las únicas resistencias que, desde el pensamiento eurocéntrico, cuestionan el modelo social imperante, basado en el totalitarismo economicista, desarrollista y adepto al crecimiento, por ese motivo los han convertido en los enemigo a derrotar.

El peligro de estos pequeños focos de resistentes organizados de forma autónoma y en pequeñas organizaciones horizontales, para un sistema aparentemente tan potente, lo explicaba Eduardo Galeano: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, pueden cambiar el mundo”. Eso es lo que explica la virulencia de los ataques y descalificaciones que sufren, si tan ridículos e inofensivos son no les dedicarían ni un minuto; por eso las falacias argumentativas –ad hominem o la del hombre de paja son las más habituales– que, los sicarios y perros de presa de la derecha institucional y social utilizan en los medios de comunicación y las redes sociales.

Vivimos zarandeados por tiempos de mudanzas, al pairo de unos vaivenes que nos llevan al litoral humano de un futuro aun por esclarecer en muchos de sus aspectos cruciales. Tanto es así, que son muchos los que ya vaticinan el fin de la sociedad industrial y el advenimiento de una nueva sociedad aún por definir.

Pero así lo confirma el análisis de la evolución previsible de la base material fundamental que hace viable las sociedades industriales, la energía fósil (junto con el trabajo humano), nos delimita, de una manera bastante probable, los horizontes en los que se moverán la quiebra del Capitalismo Global actual. Pero no es la única crisis de recursos a la que va a tener que hacer frente, pues a ella se suman, también, la escasez de disponibilidad (y costes de extracción u obtención) de minerales y recursos fundamentales para el funcionamiento de la presente sociedad industrial. Entre ellos el agua dulce, un recurso vital cuya creciente escasez está ya aquí generando su acceso y control importantes conflictos, disputas que irán en aumento en el futuro.

Estamos ante un punto de inflexión hacia lo desconocido que nos anuncia un controvertido cambio de ciclo radical, abierto tanto al avance hacia el rumbo de un nuevo futuro, más equitativo, como al retroceso de la humanidad hacia el ecofascismo más criminal.

En estos momentos de la historia necesitamos una izquierda que revindique el conflicto social nacido desde abajo como motor de las grandes transformaciones estructurales de la sociedad en contraposición a las democracias electoralistas. Algunos ingenuos, o desinformados, creyeron que Podemos nacía para eso. Pero los límites de la acción electoral están bien a la vista.