[TRIBUNA] Hombres lloricas Imprimir
Domingo 06 de Enero de 2019 10:15

JUAN CARLOS SUÑÉN | Lee uno las cosas que se han puesto a decir por la derecha y se tiene que morder la lengua para no llamarles lloricas, sobre todo teniendo en cuenta que ellos emplearían otra expresión.

Estos individuos no hacen otra cosa que quejarse de que sus mujeres, aún siendo como todas, unas putas, tienen, por culpa del relativismo moral populista de izquierdas, derecho a darles palizas un día sí y otro también, cobrar más subvenciones públicas que ellos y más sueldo, quedarse a los hijos para educarlos en un ambiente distendido, sin la violencia pedagógica y físicamente punitiva que todo infante precisa para llegar a ser con suerte un buen español o la esposa de un buen español. Bla, bla.

No se tiene servidor por persona especialmente lista. No es más que eso que se llama una persona de letras, o sea: un atolondrado pero leído. Y la verdad es que no se topaba con tantas tonterías desde que le leía en voz alta a su abuelo aquel ABC de los años sesenta.

Como los niños que, cuando no saben por qué están nervioso, o tristes, inventan añagazas, fantasmas y enfermedades indefinibles, inventan ellos los pretextos de su falta de bonhomía, de hombría verdadera (que es sentido de la justicia, capacidad de convivencia, sentido del deber). Ahora han encontrado un filón dedicándose a llorar junto a los otros malcriados marchitos españoles, hijitos de papá, mimaditos del régimen secular que no saben ya vivir en el mundo que crece y crece, en el mundo que cambia, en el mundo que, a contrapelo, pone en evidencia sus carencias de niño bien: culturales y de carácter.

Alguien debería de haberles explicado (a Rivera, a Casado, a Abascal) que la única diferencia consultable entre las mujeres y los hombres es que el hombre que llora por su condición de tal no es una víctima, sino un fantoche incapaz de adaptarse a una realidad incontestable: no existe un solo motivo que justifique el sometimiento de un sexo a otro. Ni uno. Por eso lloran.

Y servidor comprende que reconocer que uno ha superado la mitad de su esperanza de vida defendiendo ideas injustas y carcamales es muy duro. Por eso lloran. Lloran porque han vivido fuera de la razón, porque han vivido en una imposición cobarde, basada solo en la fuerza. Lloran por débiles, vergonzosamente débiles. Tan débiles que que no pueden soportar que un hombre de verdad (lo que no son) no hace trampas si no tiene razón. Un hombre de verdad, como una mujer de verdad, no asume sin crítica la lógica (aristotélica) que la tradición le regala, sino que reflexiona, escucha, aprende y se esfuerza. Sobre todo se esfuerza.

Pero ellos lloran porque no pueden tocarse los cojones cuando les sale de los cojones, ni llamar putas a las mujeres que les desobedecen, o sea: que no pueden ser españoles. Si ser español es eso que dicen, lo que están haciendo es un millón de veces peor que sonarse los mocos con la bandera, es usarla para limpiarse después de violar a una chica de cascos ligeros que andaba corriendo por el monte; sola, la muy puta, y, claro, uno es un hombre… Es decir: uno es un ser débil, sometido a sus incapacidades y gobernado por sus instintos. Los nazis pensaban lo mismo de los negros.

Mucho montar a caballo, pero sois unos lloricas, unos cobardes y unos mimados. Y no sois lo suficientemente hombres para igualaros a las mujeres, así de fácil.

Conque esta gente, de Vox o de lo que sea, lamentan que el mundo no les pertenezca por derecho, que la ley no sea ya la ley del más fuerte y, sobre todo, que no haya una guerra para demostrarlo. Lloran como bebés atrapados en una pataleta irracional; pero son adultos; ¿son adultos, o son una vergüenza para el verdadero género masculino que ese que llora cuando le tocan la fibra sensible, no cuando le llevan la contraria. Para escucharles y hacerles caso hace falta estar muy solo en la barra de un bar, muy solo y muy tarado. ¿Nadie se va a dar cuenta de que si crecen es porque la derecha de este país no ha pasado nunca de representar al capitalismo castrense? La derecha desea condenarnos al fascismo. Lo único que le molesta es que los vacilones Vox llore más fuerte quejándose de que los pobres nos roban y las mujeres nos explotan.

Si piensan algo distinto, deberían decirlo claramente. Deberían decir claramente que lloran de miedo porque en la calle hay personas negras y/o pobres y porque su mujer le ha dado la razón a un desconocido en una tertulia de bar que deberían de haber ganado no por mayoría (concepto que no barajan) sino por humillación y no quieren sentirse culpables cuando luego, en casa, se vean obligados a darle una hostia. Deberían de confesar, de una vez, que lloran porque ya no dan miedo, porque no son más que la última boqueada de una forma de pensar que huele a poquísimo aseo, menos cultura y ninguna gana de esforzarse en ser respetados más allá de la fuerza que sus delirios patriarcales puedan reunir en un campo de batalla que estaría mejor sembrado de trigo. Lloran porque ya no se respeta al hombre que tiene el palo en la mano. Lloran porque sin el palo no son más que una caricatura patética y ridícula de lo que un hombre, español del siglo XXI debería aspirar a ser: un ser humano ecuánime, reflexivo, responsable, solidario, curioso, sensible; o sea: fuerte como una mujer. Un hombre de verdad no se aferra al palo de la bandera, sino al de la escoba. Pero eso, ellos, leones por derecho divino, no lo entienden, y así lloran y lloran y vuelven a llorar.

 

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